Palacio Güell

Siendo la calle tan poco ancha, resulta difícil observar la fachada en su totalidad. Sin embargo, se puede acceder al interior a través de unas magníficas puertas de arcos parabólicos. La entrada tiene unas dimensiones impresionantes, pensadas para que los visitantes pudiesen acceder a ella montados en sus caballos, o bien en sus carruajes. Para los caballos existían en el sótano establos, lo cual en aquella época era totalmente innovador.

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Más hacia dentro, se encuentra el recibidor interior, que tiene una altura de tres plantas. Este espacio es sensiblemente más pequeño que el anterior, aunque Gaudí consiguió aumentarlo en su percepción visual mediante la instalación de un gran número de columnas. Este recibidor es el núcleo central del edificio, ya que está rodeado por las principales estancias del palacio. Éstas también fueron objeto de un cuidadoso diseño por Gaudí, y tienen unos bellos techos de madera.

En el tejado hay varias chimeneas, a las que lejos de tratarlas como elementos molestos, Gaudí les dio carácter decorativo. Con ello inició una forma de diseñar las chimeneas que iría desarrollando en sus siguientes obras, hasta llegar a soluciones espectaculares como en la Casa Milá.

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En 1984 la UNESCO declaró el Palacio Güell Patrimonio de la Humanidad.

En enero del 2008 la Diputación de Barcelona reabre parcialmente el Palau Güell (Web del Palau Güell)


(PALACIO GÜELL).

Nou de la Rambla, 3-5.

Descripción

La primera obra (1885-1889) que Antoni Gaudí -el arquitecto más peculiar y singular del Modernismo- regalaría a la ciudad de Barcelona y que ha sido declarado Bien del Patrimonio Mundial por la UNESCO. Gaudí tenía sólo 34 años cuando recibió el encargo de construir la residencia privada de la familia Güell. Y curiosamente no fue en el Eixample, que ya se encontraba en plena expansión, sino en el Raval, una zona que a finales del siglo XIX ya estaba muy degradada y en la que abundaban la prostitución y las salas de alterne. Quizás no parezca muy lógico que Eusebi Güell, con siete hijos, se fuera a vivir a esa calle. Pero tuvo un motivo para hacerlo: su padre, Joan Güell, vivía en la Rambla, y Eusebi compró el solar del Palau Güell para estar cerca de él. El aristocrático mecenas de Gaudí dio libertad presupuestaria al arquitecto para construir un original y suntuoso palacete que pudiera acoger reuniones políticas y conciertos de cámara y alojar a los más ilustres invitados de la familia. Dicho y hecho. Gaudí utilizó los mejores materiales del momento y el coste de la construcción se disparó enormemente. El resultado final fue una auténtica obra maestra del gaudinismo más oscuro. Lejos de satisfacer la idea burguesa de confort (ya que se trata de una casa de gran altura que no contaba con calefacción, por lo cual debía resultar muy poco confortable en invierno), el Palau Güell de Gaudí es un espacio insólito en el que prima el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz.

La fachada del Palau Güell, de líneas sugestivamente venecianas, está construida con una piedra de aspecto severo en la que destaca sobremanera el diseño de hierro forjado que cubre los tímpanos de los dos arcos parabólicos de entrada y salida y que da forma al majestuoso escudo con las cuatro barras catalanas, concebido como una pequeña columnata, que preside la fachada. La primera dependencia del palacio es el vestíbulo, de veinte metros de altura, que confiere al conjunto un aire de transparencia y articula los diferentes espacios en que se divide esta maravillosa obra primeriza de Gaudí. Todo el edificio está organizado alrededor de este vestíbulo central. Una escalera noble conduce a la auténtica joya de la corona del Palau Güell: su sorprendente, misterioso y telúrico salón central de siete pisos de altura coronado por una cúpula parabólica en forma de cono. La cúpula,
perforada por una serie de pequeñas aberturas en forma de círculo que filtran una tenue luz indirecta, confiere al salón una curiosa apariencia que para unos recuerda a un planetario bajo la luz del día, y para otros, la sala central de un hammam árabe.

Esta azotea presume de las veinte chimeneas ideadas por Gaudí y restauradas entre 1988 y 1992 por un grupo de artistas que reconstruyó las ocho más dañadas respetando escrupulosamente el trabajo original de Gaudí. En una de estas nuevas chimeneas, con un poco de paciencia, se puede localizar, entre el trencadís, un Cobi, la mascota olímpica de Barcelona 92. Las chimeneas gaudinianas, todas ellas únicas y diferentes como si se tratara de distintos bocetos de un modelo idealizado, recuerdan, con un poco de imaginación, a un grupo de árboles y representan probablemente uno de los primeros esbozos del proyecto que Gaudí culminaría años después en la azotea de la Pedrera. En esta obra, por ejemplo, Gaudí usó por primera vez el trencadís, un revestimiento elaborado con fragmentos irregulares de cerámica, técnica de origen árabe que el arquitecto de Reus y el Modernismo adoptaron posteriormente como uno de sus principales signos de identidad. Si se mira con atención cada una de las chimeneas, se acabará por descubrir que en una de ellas -probablemente en la última construida por Gaudí y de color blanco en su totalidad- aparece el pequeño sello verde de un fabricante de cerámica de Limoges. Cuenta la leyenda que Eusebi Güell poseía una fantástica vajilla de Limoges de la que se había cansado y que entregó al arquitecto para que la utilizara en el revestimiento de la última de las chimeneas del palacio.

En el otro extremo del palacio, en el sótano, se encuentran las caballerizas, de bóvedas muy rebajadas apoyadas en sencillas columnas fungiformes, una arquitectura espectacular. concebida para acoger las cuadras y las habitaciones de los palafreneros de palacio. Las columnas y sus capiteles de ladrillo son uno de los paisajes más enigmáticos, sugerentes y conocidos de la arquitectura gaudiniana. La familia Güell vivió en este palacio hasta la Guerra Civil, cuando fue confiscado por la CNT-FAI, que lo convirtió en cuartel y prisión. Los Güell no volvieron nunca. El abandono y el deterioro generalizado de esta zona de la ciudad llevaron a los herederos del conde Güell a ceder, en 1945, el palacio a la Diputación de Barcelona, su actual propietaria.

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